Dentro de las cosas importantes que han pasado, les cuento que Iván y yo somos padres de dos gemelos… ahhhhhh se la creyeron. No, nada de eso, pero lo que sí es que llegó a vivir con nosotros una gatita. Se llama Narah (la h se la puso Iván) y llegó desde Santiago en avión justo para esas fechas en que se rajó nevando acá. Bien regia ella porque vino en avión y es que la compré en una tienda de mascotas en Santiago porque es una gatita persa. Es la regalona de la casa; duerme con nosotros a los pies de la cama. Eso sí en las mañanas me despierta… a las 7:00 DE LA MAÑANA. Los días laborales no hay problema porque esa es mas menos la hora en que me empiezo a despertar, pero es todo un show los fines de semana. Le gusta jugar un montón; conmigo juega al pillado y andamos corriendo por toda la casa. Como le hemos enseñado a jugar con sus juguetes, no rasguña y se deja hacer nanai sin problemas. De repente le entran los nervios y ahí manda algún que otro mordisco, sobre todo a Iván.
También le gusta meterse a la tina después de que uno sale de la ducha. Le encanta mojarse las patas y jugar con el agua cuando cae de la llave (a veces le dejamos correr un chorrito de agua).
Los que han sufrido un poco han sido los sillones. Por suerte no afila ahí sus uñas ya que tiene su afilador y le hemos enseñado a usarlo, pero como es muy juguetona y correo por todos lados, a veces en sus carreras se sube encima de ellos y al salir corriendo, le pasa a enterrar sus garras. Pero como es tan amorosita, no me puedo enojar con ella.
Así que ahora estamos pura chochera.
Y bueno esta es ella: